El 15 de mayo se conmemora la Nakba, la “catástrofe” que llevó en 1948 a la
expulsión de unos 750.000 palestinos de sus tierras por la violencia del naciente
estado de Israel. Ningún historiador discute el carácter programado de esa
limpieza étnica, acompañada de una campaña de terror que incluyó matanzas
sistemáticas de civiles y la destrucción de decenas de viviendas y aldeas
palestinas. El éxodo de refugiados originado tampoco se ha corregido hasta
ahora, ni tiene visos de llevarse a cabo ante la negativa de Israel a dejarles
volver. De hecho, todas las acciones de Israel, 75 años después, indican que la
Nakba continúa a día de hoy; bombardeos indiscriminados contra poblaciones
palestinas, asesinatos de civiles por parte de soldados israelíes, pogromos
ejecutados por colonos que actúan con absoluta impunidad en Cisjordania y
Jerusalén este, desplazamiento de palestinos y destrucción de sus viviendas…
Una Nakba en menor escala pero que está más presente que nunca: ya son más de 140 personas asesinadas en lo que va de año, lo que incluye a mujeres, niños
y niñas. Los fines son los mismos: echar a la población palestina de sus propias
tierras, matar a los que se nieguen o a todos los que puedan (en un número que
no sea tan “escandaloso” como para llegar a incomodar a los cómplices de
Israel), robar toda la tierra y recursos palestinos que aún no poseen y establecer
allí un estado sólo para judíos.
Sin embargo este año la Nakba se recuerda en una situación internacional
distinta. La guerra de Ucrania ha puesto de manifiesto la terrible hipocresía de
los países de la UE y de la OTAN: mientras durante décadas han permitido y
avalado la ocupación sionista de tierras palestinas y la expulsión de sus
habitantes, no han dudado en proporcionar armas y formación a tropas
ucranianas en una escalada que seguramente culminará con la donación de
aviones de combate de última generación. Como país agredido Ucrania recibe
todo tipo de ayuda, económica y militar, para revertir la situación. Pero a
Palestina, que resiste una agresión brutal desde hace decenios, ni siquiera se le
deja defenderse. De hecho es la agresora, Israel, la que recibe millonarias
ayudas anuales para armamento por parte de EEUU. Cabría esperar que se
impulsaran al menos sanciones económicas a Israel, como se ha hecho con
Rusia desde el primer día del estallido de la guerra, en castigo por la ocupación
sionista. Pero ni una sola sanción se ha impulsado contra Israel, que sigue
exportando sin trabas sus productos (la mayoría producidos en tierras y con
recursos robados a Palestina) e incluso recibe para ello un trato de favor por
parte de la UE y EEUU.
Tampoco hemos visto a un solo equipo o deportista israelí que haya sido
expulsado de las competiciones internacionales, lo cual es un claro aplauso a las
políticas militares que su gobierno ejecuta. Los organismos internacionales que
han vetado a Rusia en todos los deportes no son acusados de rusófobos, solo
están aplicando sanciones que son calificadas de justas y proporcionadas. Pero
las asociaciones civiles internacionales que piden el boicot a la presencia de
equipos israelíes en las competiciones internacionales, como método de presión
para que Israel deje de ocupar tierras palestinas, automáticamente son tildadas
de antisemitas. La hipocresía, doble moral y desvergüenza de Ursula von der
Leyen y Josep Borrell son bochornosos en su respectivo trato a Rusia e Israel.
Pero numerosos países han visto dicha hipocresía y ya no hacen seguidismo a
los países occidentales, pese a todas sus presiones. Son 139 los países que
reconocen internacionalmente al Estado de Palestina, y las resoluciones de la
Asamblea de la ONU que piden el fin de la ocupación israelí salen adelante con
el voto de mayorías abrumadoras, resoluciones que Israel ignora
sistemáticamente. Cada vez son más los países que ven ese doble rasero
indignante y decenas de países de África, Asia y Sudamérica se desmarcan de
esa línea. Aunque le pese a Occidente, el mundo avanza a grandes pasos hacia
comportamientos multipolares, y no a un unilateralismo cuyo único objetivo es
mantener las políticas de dominación y saqueo por parte de los países
occidentales.
Por último, la propia sociedad israelí ha vivido en los últimos meses las mayores
protestas contra la reforma judicial que ha intentado implantar Netanyahu con
sus aliados ultraortodoxos, supremacistas y xenófobos. Pero no nos llevemos a
engaño: los manifestantes portaban miles de banderas israelíes y muchos de los
líderes políticos de las protestas han impulsado otras veces, desde sus cargos
de responsabilidad, durísimas políticas de violencia y castigo contra la
ciudadanía. De hecho, si alguien portaba una bandera palestina en dichas
concentraciones inmediatamente era insultado, golpeado o, con suerte, invitado
a abandonarla. Por eso la población palestina que vive en Israel se ha mantenido
al margen, sabedora de que no se denunciaba la ilegalidad de la ocupación
israelí, que es la raíz de los problemas. Israel no corre el riesgo de dejar de ser
una democracia, como alertaban los manifestantes. No existe dicha democracia.
Es tan solo una etnocracia con muy distintos derechos y obligaciones si eres
ciudadano judío o no lo eres.
Por todo ello este 15 de mayo nos concentraremos a las 19:00 en la Plaza del
Castillo de Iruña, conmemorando un año más la Nakba. Y recordando a las
decenas de víctimas de los bombardeos que sufre Gaza estos días, y a Khader
Adnan, muerto este 2 de mayo tras una huelga de hambre de 87 días en la prisión
desde la que denunciaba la ocupación israelí.
Diego Idoate Labarga
Internazionalistak Auzolanean
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